
Otra posta en la que encontró reposo mi alma angustiada fue, ya en el Colegio Secundario de La Plata, su Biblioteca. Y lo pongo con mayúscula porque fue un Templo para mí, adonde llegué como un verdadero peregrino. El bibliotecario era como el portero del cielo a quien le es dado abrir las puertas de un mundo prodigioso que venía en volúmenes gastados, y hasta rotosos, que yo luego devoraba en la soledad del cuartito donde vivía, alejado de mi familia, en esas oscuras tardes invernales que ahondan vertiginosamente los pensamientos tristes. Así comenzó mi pasión por la literatura, primero a través de los libros de Salgari y de Julio Verne, y luego, porque un libro lleva inexorablemente a otro, a los más grandes de todos los tiempos, a esos que exploran los abismos del corazón del hombre, y lo rescatan, y lo moldean como una fragua.
¡Qué hubiese sido de mí sin los libros! Por la grandeza de los sentimientos, por la actitud desinteresada y utópica ante la vida, me identifiqué, aunque mejor sería decir me enamoré, del Romanticismo alemán, ese movimiento que produjo uno de los grandes momentos de la historia del arte. Y lo hizo paradójicamente cuando la técnica y el capitalismo estaban dando su gran batalla. De nada de lo que hice después, ni de mis luchas ni de las novelas que escribí, ni de mis cuadros ni de los valores que sustentaron mi vida, están ausentes aquellos creadores que forjaron mi alma. Los Bandidos de Schiller, Hölderlin, Oscar Wilde, Baudelaire, Kafka, London, Goethe y Rousseau. Con el tiempo descubrí a los nórdicos, Ibsen, Stringberg, y a los trágicos rusos que tanto me influyeron: Dostoievski, Tolstoi, Gogol; hasta el Mío Cid y el gran Quijote. Obras a las que una vez y otra vuelvo como quien regresa a una tierra añorada en el exilio donde acontecieron hechos fundamentales de su vida.
Como se puede apreciar en las montañas las distintas eras por las que atravesó la tierra, observando sus quebradas, así, los libros que he frecuentado en cada tiempo de mi vida hablan profundamente de lo momentos cruciales por los que atravesé.
Del mismo modo, cuánta ha sido la influencia en la vida de los hombres, en sus sentimientos, de Dickens, de Gorki, Camus, Miguel Hernández, Pavese y Dostoievski, gran profeta, a quien nada menos que Kierkegaard y Freud nombran como su predecesor. Y qué decir de los libros sagrados como el Corán o la Biblia, que han merecido hasta el sacrificio de la vida.
Porque leer no es un pasatiempo; la lectura verdadera es una re-creación. El libro tiene una vida que le da su autor y otra que va naciendo en el encuentro con el alma de cada lector.
Santos Lugares, diciembre 1999
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