viernes, 13 de julio de 2018

Barrio sin luz














¿Se va la poesía de las cosas 
o no la puede condensar mi vida? 
Ayer —mirando el último crepúsculo— 
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades —hollines y venganzas—, 
la cochinada gris de los suburbios, 
la oficina que encorva las espaldas, 
el jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros, 
sangre sobre las calles y las plazas, 
dolor de corazones rotos, 
podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal 
como una mano helada que tienta en las tinieblas: 
sobre sus aguas se avergüenzan 
de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos 
detrás de las ventanas luminosas, 
mientras afuera el viento 
lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos... la bruma de las olvidanzas 
—humos espesos, tajamares rotos—, 
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean 
los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, 
mordiendo solo todas las tristezas, 
como si el llanto fuera una semilla 
y yo el único surco de la tierra.

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