Amo tus ojos, amiga,
su maravilloso y travieso centelleo
cuando los alzas de pronto, suavemente
y cual relámpago celestial,
lanzas la mirada en rededor…
su maravilloso y travieso centelleo
cuando los alzas de pronto, suavemente
y cual relámpago celestial,
lanzas la mirada en rededor…
pero un encanto hay aún más intenso:
los ojos, entornándose
en los minutos del beso apasionado
y –tras las pestañas caídas-
fatalmente anegados por el fuego del deseo.
los ojos, entornándose
en los minutos del beso apasionado
y –tras las pestañas caídas-
fatalmente anegados por el fuego del deseo.
(5 de diciembre de 1803 – 27 de julio de 1873)
Ni el cuerpo ni la cara, ni siquiera los ojos, son siempre el espejo del alma, muy a menudo no lo son. De hecho, los ojos muchas veces son el espejo del engaño, sobre todo en la seducción.
ResponderEliminarHola, Luis. Bienvenido tu comentario.
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