miércoles, 20 de octubre de 2010

Poema 15 del Rayo que no cesa.



    Me llamo barro aunque Miguel me llame.
    Barro es mi profesión y mi destino
    que mancha con su lengua cuanto lame.

    Soy un triste instrumento del camino.
    Soy una lengua dulcemente infame
    a los pies que idolatro desplegada.

    Como un nocturno buey de agua y barbecho
    que quiere ser criatura idolatrada,
    embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
    y hecho de alfombras y de besos hecho
    tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

    Coloco relicarios de mi especie
    a tu talón mordiente, a tu pisada,
    y siempre a tu pisada me adelanto
    para que tu impasible pie desprecie
    todo el amor que hacia tu pie levanto.

    Más mojado que el rostro de mi llanto,
    cuando el vidrio lanar del hielo bala,
    cuando el invierno tu ventana cierra
    bajo a tus pies un gavilán de ala,
    de ala manchada y corazón de tierra
    Bajo a tus pies un ramo derretido
    de humilde miel pataleada y sola,
    un despreciado corazón caído
    en forma de alga y en figura de ola.

    Barro en vano me invisto de amapola,
    barro en vano vertiendo voy mis brazos,
    barro en vano te muerdo los talones,
    dándole a malheridos aletazos
    sapos como convulsos corazones.

    Apenas si me pisas, si me pones
    la imagen de tu huella sobre encima,
    se despedaza y rompe la armadura
    de arrope bipartido que me ciñe la boca
    en carne viva y pura,
    pidiéndote a pedazos que la oprima
    siempre tu pie de liebre libre y loca.

    Su taciturna nata se arracima,
    los sollozos agitan su arboleda
    de lana cerebral bajo tu paso.
    Y pasas, y se queda
    incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
    mártir, alhaja y pasto de la rueda.

    Harto de someterse a los puñales
    circulantes del carro y la pezuña,
    teme del barro un parto de animales
    de corrosiva piel y vengativa uña.

    Teme que el barro crezca en un momento,
    teme que crezca y suba y cubra tierna,
    tierna y celosamente
    tu tobillo de junco, mi tormento,
    teme que inunde el nardo de tu pierna
    y crezca más y ascienda hasta tu frente.

    Teme que se levante huracanado
    del bando territorio del invierno
    y estalle y truene y caiga diluviado
    sobre tu sangre duramente tierno.

    Teme un asalto de ofendida espuma
    y teme un amoroso cataclismo.

    Antes que la sequía lo consuma
    el barro ha de volverte de lo mismo.


    Miguel Hernández

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