I
Salimos a mirar la creciente. Figuras invertidas
de casas y de árboles
en calles inundadas.
Volvimos casi noche y empezaba otra vez
a lloviznar, despacio.
Atrás quedó el extraño
paisaje doble, imagen
de angustia quieta: débiles
paredes, niños descalzos, ranchos
ventanas negras.
Alrededor, el agua.
II
Si se va a desatar la lluvia ahora
mejor sería esperar, sentarse afuera
sentir llegar, antes que esté, el sonido
claro aliento, frescura.
Con su ruido parejo
baja la sombra.
De anochecer lloviendo sobre calles y casas
golpeando el vidrio y cal, sentir sus filos
cortando el aire quieto.
III
El cinturón de ranchos de la ciudad se borra
se disuelve en la lluvia
y no se ve más que este furor del agua
cayendo.
Color de arena y greda, calle llena de pozos.
Un niño chico juega con palos y con piedras.
No es el limpio llover en la ventana
del abrigado cuarto.
No llueve sobre vidrio. Sobre la paja llueve
sobre las latas llueven
sucios hilos amargos.
Y no lava las cosas, como en el centro, brillo
de asfalto y de vidrieras
sino que decolora, corroe más, descama
el ya huesudo rostro que asoma a cada ráfaga
a cada golpe blanco.
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