Cuando toco el alma, encuentro
que no es verdad el olvido.
Todo lo que fue una vez
vuelve a aparecerse, vivo.
Pero todo está olvidado
desde antes de haber sido.
Nada de lo que me llega
puedo tomarlo por mío.
El olvido y la memoria
trabajan para lo mismo:
van convirtiendo en palabra
cuanto atraviesa el espíritu.
Se nombra lo que se fue.
El recordar es mi oficio.
Recordar pasado, ahora,
y lo que aún no ha venido.
Se nombra lo que se fue.
El olvidar es mi oficio.
Una niebla de extrañeza
me aleja de lo que digo.
En la palabra se juntan
la memoria y el olvido.
Soy el ajeno a las cosas;
yo, que las nombro, estoy mísero.
El olvido es sólo un agua
que distancia lo vecino.
Ver junto a un acantilado,
intocable, un barco hundido.
Ver siempre el mundo en reflejo,
igual que en un lago limpio,
a cuya orilla los álamos
se desprenden de sí mismos.
Como al fondo de un espejo,
al ir viviendo me miro,
lejano, extraño, difunto,
como recuerdo en un hijo.
Todo lo confundo, todo.
Si en los lóbregos pasillos
del recuerdo torno a verte
a ti, amor, mi amor antiguo,
siento que puedo cantarte
como si estuvieras vivo.
Y si me vuelvo a ti, amiga
cualquiera, nombre perdido,
podría hablar, como si
nos hubiéramos querido.
Puedo contar tus recuerdos
de infancia, aquellos vestidos,
tus muñecas y tus miedos;
todo lo que no me has dicho.
Cuanto he tenido una vez
llevo, sin saber, conmigo
-lo mío va por la sangre
con lo ajeno confundido-,
como guarda el caminante
la presencia del camino
en la luz de la mirada,
en la anchura del respiro
y en una flor diminuta
que ha arrancado, distraído,
y que al entrar a la casa
paternal, en cualquier sitio
pone, para que se vuelva
aire en el aire sabido...
que no es verdad el olvido.
Todo lo que fue una vez
vuelve a aparecerse, vivo.
Pero todo está olvidado
desde antes de haber sido.
Nada de lo que me llega
puedo tomarlo por mío.
El olvido y la memoria
trabajan para lo mismo:
van convirtiendo en palabra
cuanto atraviesa el espíritu.
Se nombra lo que se fue.
El recordar es mi oficio.
Recordar pasado, ahora,
y lo que aún no ha venido.
Se nombra lo que se fue.
El olvidar es mi oficio.
Una niebla de extrañeza
me aleja de lo que digo.
En la palabra se juntan
la memoria y el olvido.
Soy el ajeno a las cosas;
yo, que las nombro, estoy mísero.
El olvido es sólo un agua
que distancia lo vecino.
Ver junto a un acantilado,
intocable, un barco hundido.
Ver siempre el mundo en reflejo,
igual que en un lago limpio,
a cuya orilla los álamos
se desprenden de sí mismos.
Como al fondo de un espejo,
al ir viviendo me miro,
lejano, extraño, difunto,
como recuerdo en un hijo.
Todo lo confundo, todo.
Si en los lóbregos pasillos
del recuerdo torno a verte
a ti, amor, mi amor antiguo,
siento que puedo cantarte
como si estuvieras vivo.
Y si me vuelvo a ti, amiga
cualquiera, nombre perdido,
podría hablar, como si
nos hubiéramos querido.
Puedo contar tus recuerdos
de infancia, aquellos vestidos,
tus muñecas y tus miedos;
todo lo que no me has dicho.
Cuanto he tenido una vez
llevo, sin saber, conmigo
-lo mío va por la sangre
con lo ajeno confundido-,
como guarda el caminante
la presencia del camino
en la luz de la mirada,
en la anchura del respiro
y en una flor diminuta
que ha arrancado, distraído,
y que al entrar a la casa
paternal, en cualquier sitio
pone, para que se vuelva
aire en el aire sabido...
No hay comentarios:
Publicar un comentario