... Si no tuviera qué decir, tápame la boca con barro.
No me dejes a la orilla de la égloga y las dalias.
No quiero traicionar a quien lucha, a quien pasa sueño o hambre.
No me dejes a la orilla del río de las palabras.
No quiero saber nadar y guardar bien la ropa.
Quiero lanzarme, de cabeza, y jugar a las claras.
No me des, pues, la paz. Te pido otra cosa.
Solamente, que me sostengas bien caliente, bien humano.
El camino de la espina concluye siempre en la rosa.
Yo soy uno entre tantos: me siento uno entre tantos
que toman el tranvía y lloran, cada día,
silenciosamente, casi sin llorar...
setiembre 1924 - marzo 1993
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